A Homero (el ciego, no el de los ojos saltones)
SIN TITULO
–Oye, ¿y si le pongo La peste?
–Mal porque se referiría sólo a la primera parte.
–Ah, es verdad. Entonces lo voy a titular Noticia de un secuestro.
–Sí, pero… ¿no te parece un poco ramplón? Sin embargo, Guerra y paz. ¡Fíjate qué bien suena!
–Desde luego es un título buenísimo pero lo encuentro demasiado amplio: todos los poemas épicos hablan de la guerra y de la paz, ¿no?
–Tienes razón. Habría que buscar algo más descriptivo.
–Sería algo así como La Ilíada, ¿no?
–Sí, una cosa así.
PABLO GONZ
Conocer los defectos propios es el inicio de su solución; no es su solución.
PG
NOTA DEL EDITOR
—Oye, Fernando, el manuscrito que me mandaste es La guerra de las galaxias, ni más ni menos.
—Vamos a ver: los guionistas adaptan Madame Bovary siempre que les sale de los cojones, ¿no? Pues ya está.
PG
CANCIÓN INFANTIL
Tengo una estatua lechera. No es una estatua cualquiera.
PG
«El hombre de bien no es nunca perfectamente inútil.»
DENIS DIDEROT
LA PATRIA por Manu Espada (tomado de Zoom)
El país está alborotado. Llega la gran final. García, que encabeza el equipo nacional, entra en el estadio mirando al cielo. En la grada, el público agita miles de banderas. Animaban como energúmenos cuando el capitán amputó las manos de su padre en esa misma línea de penalti. «¡García, no amas a tu patria! ¡Canta el himno, vamos!», le gritaba el militar. El capitán de la selección coloca el balón en la línea de pena máxima y se concentra. El público grita su nombre: «¡García, García…!». El militar le dio una patada en los testículos y sacó el revólver. Apuntó a la cabeza. El capitán dispara y el balón sale hacia la portería. Silencio. El disparo rebota y entra por la escuadra. El eco retumbó en el estadio. La grada, histérica, jalea al nuevo héroe nacional.
EINSTEIN
En el patio de una vieja hostería alemana, junto al sólido portón del establo, una silla desvencijada y un viejo de hirsuta melena y grueso bigote. Se balancea hacia atrás y hacia adelante apoyándose en sus horribles pies, al tiempo que retuerce las manos contra el estómago y repite mirando al vacío: «e igual a eme ce dos, e igual a eme ce dos…» Poco más allá, desde la protección que le brinda un saliente del edificio principal, contempla la escena un niño de unos nueve años, de pelo rizado y ojos oscuros, que se sobresalta al sentir en el hombro la mano de una mujer:
—Albert, tu padre te ha dicho que no te alejes del coche.
PABLO GONZ
BRUJOS
Salí del centro de acupuntura a las cuatro. Y como aún faltaban dos horas para recoger a los niños, me fui a casa para limpiar un poco. En el dormitorio de mi hija, escondido detrás de la cómoda, encontré el muñeco ensangrentado.
PABLO GONZ
«Cuando en un pueblo perdido, los granjeros organizan una asamblea especial para expresar su opinión sobre algún asunto que está preocupando a esa zona, ése, creo yo, es el verdadero y más respetable congreso que se reúne en los Estados Unidos.»
H. D. THOREAU
Un escritor, cuando fabula, también habla de la realidad: de su deseo de fabular, de los logros de su imaginación…
PG
SORDERA SELECTIVA
–¡Oh, papá, por muy rey que sea: yo no me quiero casar con un tipo al que le llaman Corazón de Melón!
–Y dale.
PG
VIDA BREVE DEL POLÍTICO DE TURNO
Una vez, un osado jinete trepó a una mula de cuarenta y cinco millones de kilos y gritó: «¡Jía!» Y entonces la enorme bestia cambió la pata de descanso y el jinete rodó por el lomo precipitándose sin impedimento hacia el abismo.
PABLO GONZ
«Luego comprendí que no somos desleales porque cumplamos una tarea con dolor; sólo cuando hacemos el trabajo sin alegría.»
ANTONIO PEREIRA
Lo inauguraron en verano y aunque el arquitecto, un apasionado ornitólogo, lo llamó «Aviario» todos en la ciudad lo conocían como el «Barrio Chino.» Sin embargo, ni su población era mayoritariamente asiática ni podían encontrarse productos orientales en sus calles. Su apodo se debía a los enormes techos de cuatro aguas y perfil curvo que coronaban las casas de la zona. Sus residentes, en un principio encantados con la majestuosidad y exotismo de las viviendas, comenzaron a preocuparse al percibir leves crujidos que ganaban en intensidad según se acercaba el frío. Muchos achacaron el problema a los fenómenos que provocaban los cambios de temperatura sobre la base de madera de los tejados, lo que explicaba también que sus esquinas se arqueasen cada vez más hacia el cielo.
Un día de noviembre, cuando nadie lo esperaba, las techumbres iniciaron un brusco aleteo con el que levantaron el vuelo en pocos segundos, perdiéndose rápidamente en el horizonte ante la atónita mirada de sus moradores. Los venidos esperan que regresen con la llegada de la primavera.
SANGRE FRÍA
—Ya te arañé la cara. Y ahora, como ves, estoy distribuyendo partículas de tu piel (también pelitos tuyos) por todo mi cuerpo. Por tanto, si me matas, tendrás que llevarte mi cadáver, lo cual siempre es un engorro porque imagínate la típica vecina meticona o salir de casualidad en una de esas fotos que toman los chicos del parque. Luego viene, claro, lo de ¿descuartizar y congelar?, ojalá que no se repitan los dichosos cortes de luz, ¿tirar a un vertedero?, cada vez más patrullados, ¿o enterrar en el jardín?, solución de película pero sólo de película. En fin, que yo me lo pensaría mejor.
—…
—Ah, y para que te enteres: ¡la gente, cuando se va, dice adiós!
PABLO GONZ
06:31 AM
Aeropuerto de Frankfurt. Cinta de equipajes número dos. Gira, solo, un sostén negro.
PABLO GONZ
EN RESPUESTA A LA AUTORIDAD
–¿Nombre?
–Carlos
–¿Apellidos?
–Kum Asterisco.
–¿Edad?
–Cuarenta y cinco años.
–¿Profesión?
–Escritor, payaso, filósofo, masajista…
–¿Estado civil?
–Indignado.
PG
ROCAMBOLESCA,
qué duda cabe, fue la vida del millonario portugués Ricardo Luiz Sequeiros, amigo de locuras tales como morder cacatúas ardientes, sujetar con la nariz copas de ácido sulfúrico y clavarse puñales de oro en los gemelos. Pero si algo elevó su fama de excéntrico a la categoría de mítica extendiéndola por Europa a uña de caballo, fue su innatural capricho de que lo pasaran por la quilla. El riesgoso ejercicio se realizó en el estuario del Tajo, una tibia mañana de octubre de 1821, desde la proa y hasta la popa de un grueso paquebote de su propiedad. Y los solícitos marineros que lo ejecutaron, dispusieron todo con una minuciosidad propia de notarios. Tras supliciar varios bultos de un peso equivalente al de don Ricardo y también a un par de perros y a una cabra (que no sufrieron muchísimo, en apariencia), ataron con la fuerza justa al ricachón, volvieron los ojos al cielo un instante, y, mordiéndose los bigotes, procedieron según lo previsto. Aún hoy se cuenta por las calles de Lisboa que cuando sacaron del agua a don Ricardo, lógicamente embotado por el tormento, el hombre respiró con trabajosidad durante un par de minutos y enseguida rompió a reír, cosa que no dejó de hacer hasta las tres y cuarto de la mañana del dos de septiembre de 1867, momento impostergable de su muerte.
PABLO GONZ
RECIÉN LLEGADO AL CIELO
—Hola, ¿me podría indicar la nube de Gandhi?
—Gandhi era indio.
—Ah, claro, ¿y la de Kropotkin?
—Era anarquista. Usted comprenderá que…
—Sí, bueno. ¿Y dónde está Wilde?
—Marica.
—¿Y Zweig?
—Se suicidó.
—Bueno, ¿y entonces a qué personalidad interesante puedo conocer?
—A ver, déjeme consultar los archivos.
PABLO GONZ
No hay nada nuevo bajo el Sol, salvo las combinaciones inéditas de elementos viejos.
PG