Es verano y todas las ventanas están abiertas: las de la calle y las de los patios. En el piso sexto de una casa de vecinos de Zurbano 23 siempre se instalan franceses, quizás porque la dueña lo es. Hace algún tiempo, hubo un profesor homosexual que tenía un bigotillo rubio y el pelo «a la Tintín». Le llamaban «El Amarillo». Desde hace unas semanas, vive una chica de aspecto desenvuelto. Pone la música alta, se ríe mucho al teléfono y duerme hasta tarde. Esto se sabe porque a veces abre su ventana de golpe, a eso de las once. Hoy, 22 de julio, se ha reunido a comer en su salón interior toda la familia Páez: don Santiago, doña Linarejos y sus tres hijas: Linarejos (16), Reyes (14) y Paula (13). Comen espárragos con mayonesa y no hablan. Más tarde, la madre sirve filetes; y comienza a oírse un leve jadeo proveniente del patio que al poco se transforma en gorgores más densos y gemidos de franco placer. Cuando llegan los gritos ahogados y las primeras expresiones de júbilo (pronunciadas en francés por dos voces: una de ellas muy grave), la señora de Páez no puede disimular su disgusto y mira al techo. Don Santiago y Linarejos hija pasan de todo. Reyes y Paula se miran y sonríen.
Todos los domingos, a las cinco de la tarde, Antonio Escalona, jefe de almacén de un laboratorio farmacéutico, se sienta en la mesa del comedor de su casa y enciende una radio de plástico que le compró a un sirio. Tiene ante sí una fotocopia con las diversas quinielas que juega y se dispone a seguir las incidencias de los partidos de fútbol. En la emisora que le gusta suelen anunciar cada gol con una serie de pitidos y una frase breve: «¡marcó El Español en Las Gaunas!» o «¡gol en el Sánchez Pizjuán!» Estas noticias provocan en él siempre la misma reacción: deja el cigarrillo en el cenicero, se sube las gafas y apunta el nuevo tanto en la fotocopia. El ritual se prolonga así hasta las 17:45, cuando acaban todas las primeras partes y llega la publicidad. Antonio aprovecha ese momento para ir al baño y para comentar lo más destacado con su mujer y sus hijos. «¿Qué tal va la cosa?» «Mal», suele ser la respuesta. Las segundas partes comienzan a las seis en punto —las cinco en Canarias— y Antonio las recibe muy atento: el primer cuarto de hora suele ser muy agitado. En esos quince minutos se marcan la mayoría de los goles, y los pitidos procedentes de toda España se pisotean para entrar en la emisora. Luego la tormenta amaina y ya los partidos se arrastran cuesta abajo hasta el final. Hoy, sin embargo, sucede algo diferente. A las seis y media, esto es, a un cuarto de hora del final, Antonio entra muy nervioso en el salón donde su familia ve la tele. «¡En este momento tengo catorce!», anuncia, y todos se revolucionan: dejan a John Wayne hablando con unos indios y forman corro en el comedor junto al pater familias. «¡Calma —pide éste—, que aún pueden pasar muchas cosas!». «Pi, pi, pi, pi… ¡gol en El Sardinero!» «¿Nos afecta?». «Nos afecta». Seis minutos después, tras varios avisos más, de los catorce quedan sólo diez, como casi siempre, y Antonio Escalona, solo de nuevo, apaga la radio y empieza a recoger sus cosas.
Estimad@s tod@s:
Hace unos tres o cuatro años escribí una de esas obras raras a las que me entrego con igual pasión que a las más convencionales. Se titula Madrid/La sangre y es un conjunto de ochenta vivencias, propias y recogidas de otros, sobre los veinticinco años que pasé en Madrid. A partir del próximo viernes publicaré, a razón de uno por semana, varios de estos textos. Por hoy quisiera dejar con vosotros esta “Nota del autor” que sirve como introducción –las obras raras siempre necesitan introducción–. Terminé.
Un abrazo grande a tod@s y viva la vida,
P
NOTA DEL AUTOR
En su célebre tratado Laocoonte, G. E. Lessing distinguía entre las artes plásticas (a las que denominaba de modo genérico «Pintura») y las artes progresivas (reunidas en torno al título «Poesía»). Unas y otras se distinguen por el modo en que el espectador las aprecia. Las artes plásticas llegan a sus ojos de un golpe (sin intervención del tiempo) y las progresivas lo hacen a través del ejercicio de la lectura o la audición (que sí involucra al tiempo). Estos dos tipos de arte son los que Goethe definía como la Plástica y la Retórica.
En este marco teórico, Madrid/La sangre pretende acercar «pintura» y «poesía», «plástica» y «retórica», definiendo la esencia de la ciudad del título (un concepto volumétrico) al envolverla con los trazos largos que son las líneas que componen esta obra. Para ello, me he debido servir de un género literario poco común: el fragmento. Los textos que siguen son unidades autónomas (no tanto como cuentos) pero a la vez dependen entre sí de modo íntimo (nunca como los capítulos de una novela). Por lo mismo y según me atrevo a suponer, reflejarán con nitidez a un modelo de sociedad que se nos impone: la formada por urbanitas solitarios y desarraigados, y por aquellos otros que ya dan pasos concretos hacia el fin del sistema. Quizás un día el modo literario que se reivindica en esta obra les permitirá reconocerse a unos y a otros por lo que son y no por lo que no son.
PG, Punucapa (Chile), 5 octubre 2009

CÓNCLAVE
–¡Nosotros queremos un papa italiano!
–¡Pues nosotros queremos un papa americano!
–Y permiso… ¿puedo decir una cosita, che?
PG