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MUNDOS PARALELOS
Al muchacho de mirada errante lo sientan en un banco de madera entre ujieres con peluca. El juez termina de escribir algo y lo mira por encima de sus gafas. Deja la pluma en el tintero, se respalda en la poltrona y hace una sonrisa amarillenta: «Así que tú eres el chico que visita mundos paralelos.» «Yo –responde el muchacho– sólo visité uno y fue por accidente. No sé si existirán otros.» «¡No sabe si existirán otros!» y el juez ríe, los ujieres se agitan para contener la carcajada. «¿Acaso Su Gracia no me cree?» «Ni yo ni nadie, ¡chusma!» «¡Señor! Yo viví durante dos semanas en una ciudad que era igual que… En realidad, era muy parecida. Aunque también tenía grandes diferencias.» «Bueno, ¿en qué quedamos? ¿Era igual, parecida o diferente?» Y la sucia sonrisa del juez se le congela en el rostro. «¡Creedme, Su Gracia, por el amor de Dios! Yo viví en esa ciudad. Me acogió un sacerdote que iba siempre vestido de negro. Una vez viajé en un coche tirado por caballos y…» «¡Suficiente! El tribunal número manache de la ciudad de Barís te condena a monone meses de reclusión en La Pastilla. Así tendrás tiempo de reflexionar un poco. ¡Llévenselo!»
PABLO GONZ

EN EL PAÍS DE LOS TUERTOS
Cada cincuenta o sesenta años nace, en el país de los tuertos, un niño con ambos ojos. Suele ser un niño odiado y, por tanto, sufre. Pero no falta, antes o después, el alma caritativa que le arranca un ojo. O los dos.
PABLO GONZ