CONCEPTO DE «SCÉNARIET»
28 julio, 2014
Propuesta para la creación de una tercera vía literaria
Creo que no está de más, si lo que se pretende es explicar un concepto, partir por ofrecer su etimología. En este caso, es muy simple. Scénariet es el diminutivo del término francés scénario que significa guión cinematográfico. Pero yo pretendo que mi neologismo traduzca algo más que lo que entenderíamos por «guioncito».
A día de hoy, los relatos de ficción utilizan diversos soportes técnicos: el cine (largometrajes y cortos), la obra de teatro, la literatura escrita (novelas, cuentos, dramas, poemas) y la literatura oral (cuentacuentos, chiste). De todas estas formas, la que conoce un éxito más universal es el largometraje, seguido directamente por la novela.
Ambas maneras de relatar son, a mi juicio, antitéticas. Mientras leemos, imaginamos lo que el autor nos sugiere; es decir, generamos un discurso icónico a partir de uno verbal: construimos en nuestro cerebro una película, nos convertimos en directores de cine. Al revés, cuando vemos una película, en nuestro interior se genera un discurso verbal formado por preguntas, exclamaciones, frases descriptivas de lo que estamos viendo: nos convertimos en escritores.
Sin embargo, todo esto vale sólo para la época actual en la que nuestros cerebros poseen una amplia batería de imágenes y un rico diccionario de significados. En casi todo el siglo XIX –el primer cinematógrafo se presentó en 1895–, las novelas, principal soporte de la ficción, estaban plagadas de descripciones. Los lectores de aquel tiempo eran menos aptos que nosotros para la evocación icónica pero al mismo tiempo no se sentían, como sucede actualmente, libres constructores de su moral. Sólo en algunos sectores muy avanzados de aquella burguesía triunfante se desoían los sermones eclesiásticos para tratar de construir en casa una ética propia. La inspiración para ello venía muchas veces de las novelas, lo que transformaba a los novelistas en dioses de nuevas religiones, artífices de pequeños universos dignos de imitación donde movían sus hijos (los personajes) a voluntad pues sabían de ellos absolutamente todo (eran omniscientes).
Pero el tiempo nunca descansa. Y con el siglo siguiente llegó, además del cine, la necesidad de ampliar el campo de acción de los creadores literarios, de continuar diversificando los tipos de universo social posibles y sus correspondientes morales. Múltiples maneras de contar se inventaron en aquella época (en primera persona, en segunda, en tiempo presente, en futuro, tomando el relato como un torrente de pensamiento, como un producto del automatismo mental, etc).
A la vista del panorama novelístico actual, sólo una de esas formas ha alcanzado el tamaño del modo narrativo decimonónico (aún muy presente en nuestra cultura). Aquel modelo, que suponía un narrador omnisciente que hablaba en tercera persona del pasado, convive hoy con un segundo modo triunfante (llamémosle estilo vigésimo) que se define, en términos sencillos, como el discurso de un autor-protagonista en primera persona del pasado.
Esta forma de narrar resuelve, sin duda, el problema del narrador omnisciente (en cierta forma ateíza el espacio de la novela) pero a su vez suscita en los lectores más críticos una serie de problemas de difícil solución: ¿cómo es que un simple marinero maneja tan bien el idioma?, ¿cómo es posible que el narrador recuerde con tanto detalle conversaciones que tuvieron lugar hace muchos años?, ¿por qué él se ha callado durante tantas páginas este estupendo episodio?, etc…
Para solventar estas dificultades, para persistir en el mejoramiento de la técnica literaria, se impone seguir buscando. Y así, un día, a alguien se le ocurre que lo peor del narrador omnisciente no es que lo supiera todo sino que lo juzgara todo, que nos sermonease vilmente, que no nos dejara a nosotros, los lectores, el espacio necesario para elaborar nuestros juicios sobre lo que estábamos leyendo.
¿Será posible que logremos un narrador verdaderamente objetivo? No sin renunciar al tiempo pasado pues quien nos hable siempre será un homo sapiens y los homo sapiens juzgamos por defecto. El narrador vigésimo primero (llamémosle así) escribirá en tiempo presente (para no tener ocasión de elaborar sus juicios) y en tercera persona (pues escribir en primera le exigiría desdoblarse entre vivir lo que le está ocurriendo y contárnoslo).
Pero, ¿existe ya entre nosotros un narrador que reúna estas características? Sí, el guionista. Esos literatos esclavizados por la industria del cine son, curiosamente, los depositarios de la semilla de un nuevo paradigma literario, aquél que sintetizará lo decimonónico y lo vigésimo, un modo de contar que podría llegar a hacerle sombra incluso al plenipotente largometraje.
El scénariet es un guión cinematográfico al que su autor añade por escrito toda la riqueza de texturas que los diversos instrumentos del director (director de arte, iluminador, sonidista, montajista, actores, etc) van añadiendo a la película en el proceso de su realización. En este sentido, el guionista se rebela contra el director y transforma su obra literaria en un fin per se.
Ya para terminar, ¿cómo debe leerse un scénariet? Al tratarse de una obra literaria, debe generar en nosotros una película interior, la cual nos provocará un discurso verbal que de nuevo pondrá imágenes en nuestra pupila. El proceso debería seguir así, con ires y venires cada vez más cortos, hasta que ambos discursos se fundan, se sinteticen en algo distinto y superior a lo que podríamos llamar poesía.
PG
28 julio, 2014 a las 18:02
Vaya, me parece que he mejorado la terrible marca de Freud, que en su primera conferencia sólo tuvo tres asistentes.
Besos escatimados y roñosos.
Os adoro igual,
P